POEMAS DE FLAVIO HERRERA. "CANTICO A LA MADRE"


       Señora Victoria Hernández.  Madre de Flavio Herrera.


CÁNTICO A LA MADRE

Madre,
tu le diste a mi vida la opulencia
de un sol en pleno mayo;
la vocación viajera
de la nube, del pájaro, del río...
y el evento-oh, dolor- o el compromiso de alargar su destino en metal nuevo
a la cadena de tu raza.
Ah, las primeras calles de mi vida
cuando tu mano me llevó a la escuela
(Alternaba la miel de tu santuario con las torturas del abecedario).
y me dejabas con un pan y un beso,
y sobre el pan y el beso una plegaria
porque una Némesis absurda
no cegara mis pasos al regreso !
Cada día
eres más huesos y tendones
y más melancolía.
Tu mirar, más filudo, más profundo.
¿Ya te abrió tras las grietas de tu vida su entrada
sin cerrojos la nada?
Bejuco que la vida
dobla, pero no quiebra
todavía bejuco
con la punta agobiada
de algodón y de estrellas.
Tus senos ahora enjutos
fueron un día copas de canela.
Caños de vida. Imanes de mi gula
donde mamé tu leche y con tu leche,
tu índole buena como el pan.
Tú norma vertical como el árbol.
Tu fe en la vida como la semilla
que sabe que Dios fragua
su destino en la nupcia
de la tierra y el agua
y tu esencia sencilla y rigurosa
como la de la espiga y la rosa.
Cada glóbulo tuyo fue en la fragua
de mi vida una estrella.
Dínamo de mis sueños
tú eras el ala, yo fui el vuelo
Madre llena de Dios, madraza mía,
cómo me diste el agua de tu cielo
para la almendra de mi poesía!
Canta en tu risa un mirlo de mi infancia;
mi vida entera canta en tus arrugas;
todas mis penas están vivas;
en la ceniza de tu pelo;
toda tu dicha está patente
en tu sonrisa que es la madrugada
cuando me ves volver, tras la jornada,
la gota de sudor, seca en la frente
y el sol de todo el día en tu mirada.
Mi reliquia de nieve y pergamino,
si el paso endeble, el alma mañanera;
la risa en flor, la voluntad cimera
y en la jaula del pecho, siempre el trino
con que la alondra de tu corazón
cifró en líricas claves mi destino.
Motivo de afán y tu desvelo
antes fui. Ahora me llamas tu blasón
y tú para mi, madre, eres la antena
que me conecta con el cielo.
Prócer guardián, maduro centinela
entre mi sueño y la crueldad del mundo,
te aferras a la vida con ternura y coraje.
Tu vela,
tu vela terca ante la racha dura,
va haciendo amaines en el viaje
por esperarme y que en un mismo día
una ola misma nos sepulte juntos.
Yo sé tú cósmica congoja
por descifrar mi día venidero
y, para el sino adverso,
si alguna gota tus pestañas moja,
cada lágrima tuya es un lucero
que me discierne el rumbo, tan certero
que, si sordo, oigo a Dios. Si ciego, veo
a Dios y sigo mi sendero
recio de fe y henchido de universo.
Te dejo cada día
con tu libro, tu aguja y tu paisaje,
pero mi ausencia es pauta de agonía
porque no sé si, al regresar, tu puerta esté cerrada... y tú figura yerta.
Fuimos un día tres bajo tu alero
pero el más tierno se marchó primero
-era tu nieto- prófugo lucero
vino al rescate, el celestial portero.
Madre,
me voy haciendo viejo
y aún no he trasegado a arcilla fértil
tu abolengo de lucha
y tu ahínco vital. Mientras, tu sangre, mientras tu sangre va rodando
como un río de nieve hacia el silencio
sin aquel nuevo nieto que soñaste;
gloria de carne y resplandor
de brasa
para el invierno de tus huesos
y la cadena de tu raza.

LA MADRE EN LA POESÍA DE FLAVIO HERRERA
TRANSCRIPCION Y FOTOGRAFÍA
MAGISTER ONDINA ISABEL ROSALES .

AGOSTO 2020.
 

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