EL
ANILLO
Se veían en un chaletito elegante pero situado en un barrio pobre y aledaño porque fue edificado de emergencia pocos años atrás cuando los terremotos, en un predio que su propietario de entonces adquiera en un remate judicial en que un deudor no puedo redimir su hipoteca.
Ahora para los propósitos de César, la situación de su nido de amor resultaba ideal ya que coadyuvaba al secreto de su aventura con la vecindad de gente anónima y humilde que veía con asombro pasar un elegante landó por las pinas callejas, entre sórdidas casuchas y descender a la puerta del chalet a una bella mujer para pasarse allí con frecuencia las horas de la tarde.
César
siempre se anticipaba unos minutos a la hora de la cita y ahora que esperaba
por más de una hora, a cada instante iba tornándose irritado, contrariado,
consolando o engañando su desesperación con el moroso escrutinio de todos los
lances de este último amor y resistiendo que, al revivir su aventura mentalmente,
el recuerdo no le producía placer, sino un resabio de tedio, un sobregusto
punzante, con un toque de violencia y un
amargo revulsivo ¡Apenas en seis meses de amores clandestinos, tanto filo lancinante
tajando el recuerdo de las horas felices y, otra vez, los consabidos, los
humillantes , los ridículos celos hacia el marido!
Su insensato
furor era una autotortura inspirada por las más crueles imágenes que le
exaltaba la fantasía entre el creciente tumulto de su corazón cuando le batía
el pecho hasta sofocarlo.
En vano quería serenarse convenciéndose asimismo con piadosos subterfugios:"pero, ¡que idiota soy! ¿Por qué irritarme si es o más natural que, viviendo con él, que siendo el marido, la posea …siquiera rara vez… aunque ella me lo niegue …aunque ella me diga que hace tiempo… ni una caricia y luego … ¡que me importa si es a mí a quien quiere! …sin embargo ¿Quién me asegura que no miente? ¿Quién sabe nunca cuando son sinceras? ¿Lo son siempre consigo mismas? ¿Se conocen ellas mismas?"
De repente,
César recordó que era su cumpleaños y que para celebrarlo, en una mesita próxima
había y se derretía el hielo del cubo donde yacía medio náufraga una botella de
champaña y apagaban su frescura los manojos de rosas puestas allí desde la
mañana , mientras Cesar esperaba siglos entre bruscas alternativas de resignación
y rebeldía que por igual lo desmadejaban, y, de rechazo, le crispaban el ánimo
en un ímpetu agresivo que culminó cuando por fin llegó su amante y mientras se
quitaba el abrigo murmuraba:
-
Perdóname amor mío. No puede venir antes…
tenía una ilusión, un deseo que por poco no se cumple… cierra los ojos y dame
la mano.
-
El obedeció mientras oía un rumor como de
papel estrujado con premuras y sentía una suave presión en el anular de la mano
izquierda y cuando ella dijo:
-
“Ahora abre los ojos picarón”, César vio embutido
en un dedo un anillo de oro con su monograma en esmalte azul. La dádiva iba
apagando su rencor hasta que Susana , con un largo beso apostilló:
- Bueno, mi vida, esto es algo mío que siempre debes llevar puesto que para que, al verlo me recuerdes y me seas fiel…
Fue
la chispa que encendió el polvorín. Todo aquel mundo de rencor y de coraje, de
despecho por tantas menudas desazones y recelos, todo lo turbio y cenagoso de lo
erótico en los amores clandestinos, estalló en un tumulto del ánimo que lo
hacía barbotear atrocidades e improperios…
Estaba lívido, frenético, casi delirante, escupiendo infamias a la mujer que adoraba… a quien no se resignaba compartir con el dueño legal, con el marido… por quien sufría el calvario que sufren los mundanos que no se dejan engañar con la quimera y conocen por experiencia propia las veleidades del sexo.
César
se oía y, a cada frase más cruel, a cada palabra vejante, hasta lo vil, veía en
el rostro de ella una sideración de
sorpresa y de espanto y, de repente, sin poder evitarlo se oyó soltar la frase fatídica
que decidió la suerte de este amor:
-
Pero mujer, ¿no te da vergüenza pedirme a mi fidelidad,
cuando te acuestas con dos hombres?...
Un fantasma de mujer que él nunca viera antes, un fantasma de cerca, de cal o de nieve que estaba como muriendo en ese instante, le zafó con algo que no era mano sino, garra, el anillo de su dedo y lo arrojó al aire. Salió rodando la joya y quedó atrás de la pata de la silla asomando un segmento de su aro como el rinconcito de una pupila abierta en un guiño de burlesca sorpresa.
El paró en seco la explosión de su rabia, sintiendo súbitamente dolor y piedad y se acercó al sitio del anillo para recogerlo... Ella más ávida, se le anticipó, atrapó el anillo y lo escondió entre el pecho y la blusa.
La mueca de Susana era elocuente y decisiva, estaba muda y espectral, sin que él pudiera moverse y detenerla. La conciencia de su infamia le iluminó en un segundo todo el panorama de su desdicha.
Con un hilo de voz pudo exclamar: - Dame el anillo. Perdóname…Fue un arrebato de locura, un instante de ofuscación, un rapto de celos. Estos celos que me matan. ¿No te imaginas como sufro pensando que vives al lado del otro… que vivo imaginando cosas horribles… intimidades con él?… esto es tan amargo…en cambio, para mí, sólo instantes, instantes furtivos, vergonzantes…
Ella como saliendo de su letargo, se dignó decir: ¿Olvidas que eres tú quien está robando amor?... ¿Por qué robando? ¿no me dices que me perteneces en cuerpo y alma?
Ella
viéndolo con irónica piedad, remató -
Parece mentira que tú hombre de mundo, hables así… no comprendes que la vida…
que la sociedad… que mi hijo?…
-
Mira, no comiences de nuevo con tus argumentos de
siempre. Perdona mi violencia, mi infamia, si quieres, perdona mis injurias,
todo esto es cariño; pero por favor, dame el anillo…
-
No, nunca. Se lo llevaré al joyero para que
me lo funda… Que desaparezca lo que me hizo sufrir tanto…
-
Estaba hosca, crispada, lloraba en silencio y
así se fue aquella tarde.
Y
espero muchos días el aviso de ella con una vaga esperanza quebrada en repentinos
presagios de ruptura. Un día al fin por consolarse, por hacer algo, decidió ir
a ver al joyero… Este lo conocía… El joyero sospechaba o sabía su aventura
porque había hecho unas mancuernillas con sus iniciales, luego cuando el joyero
lo encontraba, le sonreía socarronamente como simpatía y complicidad… Decidió
ir a ver al joyero…le propondría que le vendiese a él el anillo.
Y,
ya ante el joyero, César no sabía cómo iniciar el asunto, ¿cómo insinuarle su
propuesta con discreción?… De pronto, se oyó asimismo diciendo con voz untuosa
de humildad – Si don Ulises…Ud. sabe…Bueno, yo no sé si ella alguna vez le ha
dicho; pero Ud. Le hizo unas mancuernillas con mi monograma… una vez vinimos
juntos aquí para aquel pendantif…
El
joyero con fingida sorpresa… ¡el muy ladiño!…y César seguía entre torpe y
humillado: -Pues bien Ud. Comprende estas cosas… tuvimos un pequeño desagrado
por causa del anillo… una de esas riñas incandescentes… y ella, enojada, me lo
quitó y me dijo que lo devolvería a Ud. Para que lo fundiese y restituirle el
oro o el precio… Ud. Dirá el precio…
Y el
joyero con un filo de sangrienta ironía en la mirada:
-Si
ella me trajo el anillo de vuelta pero no para que lo funda. Y ante la ansiedad
de César continuó, - no para que lo funda, si no para que le cambie iniciales…
Y ante la agonía de Cesar remató – para que
le cambie las iniciales de Ud. Por las de su marido…
Herrera, Flavio
Narrativa Breve
Editorial Universitaria .
PORTADA
ANGEL URBANO CINCO
MAESTRO AXEL MEZA
Transcripción
Magíster Ondina Isabel Rosales Mejicanos
Agosto 2020
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