CUENTO: EL ANILLO. FLAVIO HERRERA.


EL ANILLO

Se veían en un chaletito elegante pero situado en un barrio pobre y aledaño porque fue edificado de emergencia pocos años atrás cuando los terremotos, en un predio que su propietario de entonces adquiera en un remate judicial en que un deudor no puedo redimir su hipoteca.  

Ahora para los propósitos de César, la situación de su nido de amor resultaba ideal ya que coadyuvaba al secreto de su aventura con la vecindad de gente anónima y humilde que veía con asombro pasar un elegante landó por las pinas callejas, entre sórdidas casuchas y descender a la puerta del chalet a una bella mujer para pasarse allí con frecuencia las horas de la tarde.

César siempre se anticipaba unos minutos a la hora de la cita y ahora que esperaba por más de una hora, a cada instante iba tornándose irritado, contrariado, consolando o engañando su desesperación con el moroso escrutinio de todos los lances de este último amor y resistiendo que, al revivir su aventura mentalmente, el recuerdo no le producía placer, sino un resabio de tedio, un sobregusto punzante, con un toque de violencia y un amargo revulsivo ¡Apenas en seis meses de amores clandestinos, tanto filo lancinante tajando el recuerdo de las horas felices y, otra vez, los consabidos, los humillantes , los ridículos celos hacia el  marido!

Su insensato furor era una autotortura inspirada por las más crueles imágenes que le exaltaba la fantasía entre el creciente tumulto de su corazón cuando le batía el pecho hasta sofocarlo.

En vano quería serenarse convenciéndose asimismo con piadosos subterfugios:"pero, ¡que idiota soy! ¿Por qué irritarme si es o más natural que, viviendo con él, que siendo el marido, la posea …siquiera rara vez… aunque ella me lo niegue …aunque ella me diga que hace tiempo… ni una caricia y luego … ¡que me importa si es a mí a quien quiere! …sin embargo ¿Quién me asegura que no miente?  ¿Quién sabe nunca cuando son sinceras? ¿Lo son siempre consigo mismas? ¿Se conocen ellas mismas?"

De repente, César recordó que era su cumpleaños y que para celebrarlo, en una mesita próxima había y se derretía el hielo del cubo donde yacía medio náufraga una botella de champaña y apagaban su frescura los manojos de rosas puestas allí desde la mañana , mientras Cesar esperaba siglos entre bruscas alternativas de resignación y rebeldía que por igual lo desmadejaban, y, de rechazo, le crispaban el ánimo en un ímpetu agresivo que culminó cuando por fin llegó su amante y mientras se quitaba el abrigo murmuraba:

-        Perdóname amor mío. No puede venir antes… tenía una ilusión, un deseo que por poco no se cumple… cierra los ojos y dame la mano.

-        El obedeció mientras oía un rumor como de papel estrujado con premuras y sentía una suave presión en el anular de la mano izquierda y cuando ella dijo:

-        “Ahora abre los ojos picarón”, César vio embutido en un  dedo un anillo de oro con su  monograma en esmalte azul. La dádiva iba apagando su rencor hasta que Susana , con un largo beso apostilló:

-        Bueno, mi vida, esto es algo mío que siempre debes llevar puesto que para que, al verlo me recuerdes y me seas fiel…   

Fue la chispa que encendió el polvorín. Todo aquel mundo de rencor y de coraje, de despecho por tantas menudas desazones y recelos, todo lo turbio y cenagoso de lo erótico en los amores clandestinos, estalló en un tumulto del ánimo que lo hacía barbotear atrocidades e improperios…

Estaba lívido, frenético, casi delirante, escupiendo infamias a la mujer que adoraba… a quien no se resignaba compartir con el dueño legal, con el marido… por quien sufría  el calvario que sufren los mundanos que no se dejan engañar con la quimera y conocen por experiencia propia las veleidades del sexo.

César se oía y, a cada frase más cruel, a cada palabra vejante, hasta lo vil, veía en el  rostro de ella una sideración de sorpresa y de espanto y, de repente, sin poder evitarlo se oyó soltar la frase fatídica que decidió la suerte de este amor:

-        Pero mujer, ¿no te da vergüenza pedirme a mi fidelidad, cuando te acuestas con dos hombres?...

Un fantasma de mujer que él nunca viera antes, un fantasma de cerca, de cal o de nieve que estaba como muriendo en ese instante, le zafó con algo que no era mano sino, garra, el anillo de su dedo y lo arrojó al aire. Salió rodando la joya y quedó atrás de la pata de la silla asomando un segmento de su aro como  el rinconcito de una pupila abierta en un guiño de burlesca sorpresa.

El paró en seco la explosión de su rabia, sintiendo súbitamente dolor y piedad y se acercó al sitio del anillo para recogerlo... Ella más ávida, se le anticipó, atrapó el anillo y lo escondió entre el pecho y la blusa.

La mueca de Susana era elocuente y decisiva, estaba muda y espectral, sin que él pudiera moverse y detenerla. La conciencia de su infamia le iluminó en un segundo todo el panorama de su desdicha.

Con un hilo de voz pudo exclamar: - Dame el anillo. Perdóname…Fue un arrebato de locura, un instante de ofuscación, un rapto de celos. Estos celos que me matan. ¿No te imaginas como sufro pensando que vives al lado del otro… que vivo imaginando cosas horribles… intimidades con él?… esto es tan amargo…en cambio, para mí, sólo instantes, instantes furtivos, vergonzantes…

Ella como saliendo de su letargo, se dignó decir: ¿Olvidas que eres tú quien está robando amor?... ¿Por qué robando? ¿no me dices que me perteneces en cuerpo y alma?

Ella viéndolo con irónica piedad, remató  - Parece mentira que tú hombre de mundo, hables así… no comprendes que la vida… que la sociedad… que mi hijo?…

-        Mira,  no comiences de nuevo con tus argumentos de siempre. Perdona mi violencia, mi infamia, si quieres, perdona mis injurias, todo esto es cariño; pero por favor, dame el anillo…

-        No, nunca. Se lo llevaré al joyero para que me lo funda… Que desaparezca lo que me hizo sufrir tanto…

-        Estaba hosca, crispada, lloraba en silencio y así se fue aquella tarde.

Y espero muchos días el aviso de ella con una vaga esperanza quebrada en repentinos presagios de ruptura. Un día al fin por consolarse, por hacer algo, decidió ir a ver al joyero… Este lo conocía… El joyero sospechaba o sabía su aventura porque había hecho unas mancuernillas con sus iniciales, luego cuando el joyero lo encontraba, le sonreía socarronamente como simpatía y complicidad… Decidió ir a ver al joyero…le propondría que le vendiese a él el anillo.

Y, ya ante el joyero, César no sabía cómo iniciar el asunto, ¿cómo insinuarle su propuesta con discreción?… De pronto, se oyó asimismo diciendo con voz untuosa de humildad – Si don Ulises…Ud. sabe…Bueno, yo no sé si ella alguna vez le ha dicho; pero Ud. Le hizo unas mancuernillas con mi monograma… una vez vinimos juntos aquí para aquel pendantif…

El joyero con fingida sorpresa… ¡el muy ladiño!…y César seguía entre torpe y humillado: -Pues bien Ud. Comprende estas cosas… tuvimos un pequeño desagrado por causa del anillo… una de esas riñas incandescentes… y ella, enojada, me lo quitó y me dijo que lo devolvería a Ud. Para que lo fundiese y restituirle el oro o el precio… Ud. Dirá el precio…

Y el joyero con un filo de sangrienta ironía en la mirada:

-Si ella me trajo el anillo de vuelta pero no para que lo funda. Y ante la ansiedad de César continuó, - no para que lo funda, si no para que le cambie iniciales… Y ante la agonía de Cesar  remató – para que le cambie las iniciales de Ud. Por las de su marido…


Herrera, Flavio

Narrativa Breve

Editorial Universitaria .


PORTADA 

           ANGEL URBANO CINCO

MAESTRO AXEL MEZA


Transcripción 

Magíster Ondina Isabel Rosales Mejicanos

Agosto 2020 

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