En la mesa, cuando por excepción comían juntos, apenas se cruzaban palabra.
Luis evadía las ocasiones de estar solos; pero las cosas hacíanse tan tensas que él mismo, exasperado un día, se abocó al peligro:
- Gómez, te debo una explicación. Me conduzco mal contigo.
Y el otro, entre irónico y sorprendido:
-No lo veo. El gran don Luis de siempre…
- ¿Te burlas? Puedes hacerlo, puedes hacerlo más. Mi conducta es desleal; pero…
Tú debes disculpar… Tú comprendes… En fin, eres como mi padre y debo decírtelo todo.
Tú comprendes…esta vida en el monte, solos, con nuestros años…en fin, que tengo una querida.
-Lo suponía.
- Pero, es que te abandono…Casi no vivo aquí y, claro, esto no ha de seguir así.
No puede seguir así y… no hay solución, o si lo habría…trayendo aquí a la mujer. Tú permitirías…
Y al decir esto temblaba como un colegial que confiesa la primera calaverada.
Gómez sonreía, mientras el otro evocaba esa suprema avidez de algunos reos a punto de oír sentencia.
- Y ¿quién es tu querida?
- No la conoces… O…tal vez…Ella estuvo antes por aquí y como tu llevas tiempo de trajinar por estas fincas…
- ¿Y quién es ella?
- Una mexicana así… pero guapa…Se llama Mariana.
- ¿Una morena de grandes ojos que tuvo hotel en Panán?
- La misma. Ahora viene de México. Dice que fue casada… Un divorcio…,¡qué sé yo! Una mujer así…ligera ¿comprendes? Pero eso me inquieta…
Jadeaba y sufría y, a modo de reticencia, sesgó:
-Pero, ¿tú
la conoces?
-Y ella…
¿No te ha hablado de mí?
- No, no
ha habido ocasión pero… ¡tú debes conocerla!
-Claro, ¿quién no conoce a una hotelera? Luego en Panán, allí parábamos todos.
También el
otro evadía desviando la plática, impaciente:
-Y
¿quieres traerla aquí?
- Si tú
permitieras…
Gómez
tenía algo que le opacaba la voz. Acodado a la mesa, con el mentón sobre la
palma de mano, quedóse pensativo, absorto, lejano.
Luego
dijo:
-
¿Cuánto hace que es tu querida? Antes no me
dijiste nada. ¿Cómo la conociste?
-
Fue en Panán, en la fiesta de la Asunción. En
el hotel, charlamos, bailamos y después…claro con una mujer así…
-
Sería mejor dejar eso. No vale la pena. Es
ridículo darse de bruces con la primera mujer… Y ahora que todo marcha bien.
Así no haremos nada en firme.
-
Pero tú, hombre del siglo y con esas
gazmoñerías, ¿qué mal hay en que yo tenga mujer? Todo hombre tiene y luego, que
la traiga aquí… No veo el pecado.
Entonces
Gómez alzó el rostro palidecido, la frente henchida de recuerdos y lento,
solemne, dijo:
-¿Quieres
mucho a esa mujer?
-Sí.
-¿No
podrías pasártela sin ella?
- No.
-¿Estás resuelto
a traerla a la finca?
-No tienes
razón para impedírmelo.
-Bien,
tráela, pero yo me iré de aquí.
-¿Tú?
-Irrevocablemente.
No intentes impedírmelo. No desisto. Me conoces.
-Pero
estamos ligados…
-No. Las
tierras son tuyas, todo es tuyo…
A Luis lo ahogaban el dolor y el remordimiento. Fue hacia el amigo como
un hijo hacia el padre y abrazándolo, decía:
-
No Gómez, nunca. Perdona… No es para tanto. Tú
eres violento. No comprendo que tú…
Gómez ya
no lo oía. Volvióse desde la puerta para
decir;
-Ni me
reclames ni me preguntes más.
Y salió más grave y taciturno que la
noche.
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Luis no le creía. Pensaba: Su
violencia es sólo una estratagema para disuadirme.
Mañana será el buenazo de siempre. Y
se echó sobre una hamaca ofuscado, derrengado, miserable…Ya una duda, una cosa
vaga y posible, una cosa tenaz y dolorosa le mordía el corazón.
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Al día siguiente, se juntaron desayunando en el comedor. Ambos estaban silenciosos y esquivos. Se temían… Hundían los ojos en las tazas humeantes por no verse; pero Luis tenía una angustiosa inquietud que lo ahogaba y rompió el silencio.
-
Óyeme. Dirás que soy necio pero… tú, anoche,
no me oías. Quiero aludirme a …
El otro lo vio con impaciencia.
-
Pues bien, -seguía Luis- dices que te irás de
la finca si viene esa mujer; pero, yo no puedo separarme de ti. ¿Comprendes? No
debo, no quiero. Lo que tengo ahora, lo
debo a ti. Has sido mi padre y tú vales más que cualquier mujer, ¿pero no
comprendes que este celibato en pleno trópico nos mata? Y luego yo quisiera… si
tú fueras más amplio conmigo… ¿No comprendes? A ti mismo puede sucederte; Te
encuentras con alguna y … yo te juro, por mis huesos, que no vería en eso nada
malo ni imitaría tu actitud de ahora. A menos que tú… en fin… que alguna cosa
singular.
Gómez lo acechaba jadeante. Las
últimas palabras le borderon la herida.
¿Qué me quieres decir? –repuso palideciendo.
El otro titubeaba antes de soltar la
gran perfidia y, en una inhibición de la voluntad, sin querer, como si una
presión interna le sacara las frases, le dijo:
-
Hombre, claramente que no comprendo tu
intransigencia. Salvo que tengas un motivo especial contra Mariana.
Y el otro, demudándose:
-
¿Es decir, que sospechas…?
-
Casi…casi…
Gómez sintió restallar en el alma el
fustigazo temido. Se aproximó y con voz que la emoción hacia opaca, musitó:
-Bien. Pues si… esa mujer en otro tiempo… y claro, a ti te molestaría ahora…
Luis estalló, con piadosa ironía que
disfrazaba su dolor:
-
¡Esto es otra cosa! Entonces tienes razón. ¡De habérmelo dicho
antes! … Naturalmente, a ti es a quien molestaría verla conmigo. Al fin, fue
tuya y… nunca se olvida del todo. Hay recuerdos… tienes razón. El pasado.
El adversario sintió el rasguño en su
fibra más vulnerable.
-
No seas niño. Pero, si es por ti,
precisamente…
-
¿Por mi? ¡Bah! y tú, ¿por qué niegas que te
molestaría? Es tan natural si la
quisiste… ¡Una cosa muy humana!
- No seas niño. A mí, ¿qué me importa? Te lo juro. Ya pasó. Con esas mujeres así, tu comprendes… El enredo por higiene, en fin la hembra. Pero tú… Lo hago por ti…Estoy seguro de que, a pesar de tus pujos de hombre amplio y moderno, te dolería. Ya tú lo dijiste: Hay recuerdos y habría sombras. Yo sería esa sombra entre la dicha de ustedes. El pasado…
-
¡Psh!… No creas. Es más fácil que tú le temas
al presente. Al fin … si la quisiste …
-
Pues bien, te probaré que no. tráela si
quieres, si tu no le temes al pasado…
Ambos sonreían suspicaces forzando un
gesto entre burlón y desdeñoso ante su mutuo desafío y ambos sintieron
romperse en ese instante algo muy hondo, noble y sutilísimo que hasta
entonces se había tendido entre los dos, ligándoles las almas. Ya lo separaba
algo, algo intangible, pero enorme. Y eso más hondo que el mar y más vano que
las sombras: ¡la hembra! El uno era el presente y el otro era el pasado y sin embargo,
se temían…
¿Pero
quien de los dos temía más?
Herrera Flavio
Hembra
La Novela de la Expresividad
Editorial Universitaria
Colección Centenario Flavio Herrera, Vol. No. 4
Universidad de San Carlos de
Guatemala.
PORTADA
ALMAS EN CAUTIVERIO
MAESTRO AXEL MEZA
Medidas: 20 x 20 Pulgadas . Año: 2020.
MAGISTER ONDINA ISABEL ROSALES
MEJICANOS
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